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Hay coincidencia en admitir que el fin del ciclo económico expansivo está llegando y, como no puede ser de otra manera, brotan las incógnitas. Varias, bastantes. Una de ellas es la relativa al bajón que se está constatando en la industria europea, con Alemania a la cabeza. Otra, la de que la industria manufacturera española se mueve hoy en zona negativa, con interrogantes sobre la creación de empleo y un empeoramiento de las previsiones en un contexto desafiante, con preocupación en la industria de la automoción. La consiguiente incógnita que gana terreno es la de las insolvencias empresariales. La ralentización económica propiciará una vuelta a situaciones de insolvencia en las economías avanzadas. Cuando esto ocurre, es que la recuperación económica ha tocado a su fin. Lo peor del caso es que será la eurozona la que sufra una mayor embestida de insolvencias, con Italia a la cabeza. Y en Reino Unido el azote de las insolvencias, agudizado por los efectos del pre-Brexit y, en su caso, del Brexit, podría ser castigador.

Esas consideraciones deben hacerse a la vista de que el ritmo de crecimiento global se debilita y aquellos riesgos que meses atrás se pronosticaban –recordemos la fama de agoreros de quienes los profetizaban– se están materializando. Al margen de las consabidas y reiteradas desavenencias comerciales entre EEUU y China, que de momento parecen ver un tenue haz de luz para la resolución de su conflicto o acaso una postergación del litigio, es indiscutible la desaceleración que, en ambos países, sobre todo en el país asiático, se está dando. Sin embargo, la sorpresa surge en Europa cuando se ve que su enorme dependencia de las dos anteriores potencias es mayúscula, primordialmente la de Alemania que está sufriendo una caída en la previsión de crecimiento de su producto interior bruto para 2019 al 0,7%, tras crecer al 1,4% en 2018. Si Alemania exporta industrialmente a China y EEUU, se ve necesitada, a su vez, de importar del resto de Europa, concretamente de la zona euro. Y acá aparece España junto a Italia y Francia. Para el país transalpino se vaticina un decrecimiento de su economía en 2019 del -0,2%, mientras que Francia crecería al 1,3%.

Sigamos en Europa, repleta de dudas y donde todo apunta que es el principal foco en el que se está incubando la próxima crisis. Por acá, las inversiones andan desanimadas y frenadas. El auge de los nacionalismos, el avance de las fuerzas populistas, el proteccionismo a ultranza, enturbian el ambiente y la economía ofrece su estampa detraída. Las dudas sobre el futuro europeo flotan en el ambiente. Alemania y Reino Unido, con ese Brexit que fraguará o no, pierden chispa. Europa se encuentra en el ojo del huracán por su exposición comercial hacia un resto del mundo más o menos agitado a causa de un entorno menos favorable, sufriendo el impacto de la debilidad industrial que conlleva un ajuste notable en la industria automovilística. Y Europa está inquieta ante las elecciones al Parlamento europeo, que está por ver qué suerte deparan, y atenta a las elecciones generales en siete Estados miembros, entre ellos España, con el plus añadido por estos pagos de algunas votaciones autonómicas. A todo ello, las opciones populistas pueden minar seriamente no solo la necesidad de reformas consistentes sino afanes globalizadores en favor de soluciones multilaterales entre distintos países y cuestionar una Europa más cohesionada.