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El repentino cambio de gobierno en Siria, en este momento en manos de grupos insurgentes, y la caída de Bashar al Assad que se mantenía en el poder por la ayuda militar de Rusia, tomó por sorpresa al Kremlin que, a través de su cancillería, informó que el derrocado gobernante decidió ceder el poder y abandonar el país.

Horas después, la agencia oficial de noticias TASS, dio a conocer que el defenestrado Al Assad y su familia se encuentran en Moscú en calidad de “exiliados políticos por motivos humanitarios”, con lo cual se puso fin a los rumores, difundidos por la agencia británica Reuters, de que habría muerto a consecuencia de un accidente aéreo o del derribo de su avión.

“Con profunda preocupación estamos siguiendo los dramáticos sucesos en Siria. Como resultado de las negociaciones de Bashar al Assad y participantes en el conflicto armado de Siria, éste tomó la decisión de renunciar al cargo de presidente y de salir del país, dando instrucciones de llevar a cabo una transición pacífica del poder”, indica la misión diplomática de Rusia.

Aunque “Rusia no participó en esas negociaciones”, reconoce el texto, “está en contacto con todos los grupos de la oposición siria” y los insta a “evitar el uso de la violencia a la hora de solucionar los problemas del control de país por vías políticas”.

Moscú ofreció su respaldo al “diálogo político inclusivo, que se basa en la resolución 2254 del Consejo de seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, aprobada por unanimidad” (en 2015 y que sienta las bases para un alto el fuego y una solución política en Siria) y, en este sentido, pidió respetar “la opinión de todas los grupos étnicos y confesionales de la sociedad siria”.

La cancillería concluye afirmando que “se toman medidas para auxiliar a los ciudadanos rusos en Siria”, a la vez que las bases militares rusas ahí se “encuentran en estado de alta preparación de combate” y, por tanto, “en estos momentos no existe una grave amenaza a su seguridad”.

Para Rusia el fin de la dinastía de la familia Al Assad, con el padre Hafez y el hijo Bashar, que gobernó Siria el medio siglo reciente no sólo es un duro golpe para la imagen del presidente Vladimir Putin en el sentido de que ahora dejó caer a un aliado suyo, aunque le salvó la vida al darle asilo político, después de que en septiembre de 2015, en un contexto similar, evitó la debacle de su gobierno al intervenir militarmente en el conflicto interno de Siria.