Las memorias del viejo Cruz Azul, condenado a perder en los minutos finales e incapaz de ganarle al América en liguilla, se encontraron con el equipo que es ahora.
Los que sufrieron los años sin título, el riesgo de descender, la crisis deportiva, ayer aliviaron toda esa carga. Pero faltaba algo así, otra victoria contra el acérrimo rival (1-0), esta vez en la ida de las semifinales de la Liga Mx.
Por estas horas se contarán historias de familias, padres, madres y niños felices, porque ganar implica mirar hacia el presente que construyó el técnico Vicente Sánchez con 19 partidos sin derrota, incluido otro clásico joven.
En un fútbol mexicano donde todo se encuentra bajo sospecha –por los arbitrajes, los encuentros arreglados en tercera división y el incremento de casas de apuestas que ya están en la mayoría de los clubes de primera- los clásicos son también un acto de convivencia.
No hace falta que el árbitro pite el inicio para que la pasión, la rivalidad, el sudor de los jugadores multiplique la temperatura de un Cruz Azul-América. La cerveza muy pronto se agota. Cada tanto un vendedor trae una botella con agua y avisa que es para tomar, no para mojarse la cabeza.