La niña tenía una fragilidad de porcelana. Se podía cargar con una mano, había sido prematura y pesaba sólo dos kilos. Era la hija 20 de un matrimonio en Estados Unidos que contabilizó 22 niños y niñas a los que apenas podían alimentar. El padre era mozo de estación, la madre, sirvienta, negros, con todo lo que ello implicaba en la letal segregación racial que masticaba la voluntad de las personas. Incluso, el día del alumbramiento, no le permitían ingresar a su mamá al hospital en Clarksville, Tennessee, porque sólo se atendía a gente blanca. Desde antes de nacer, la vida le daba un golpe tras otro a Wilma Rudolph.
Cuatro años después, cuando apenas entendía su infancia, Wilma contrajo el virus del polio que le paralizó la pierna izquierda por mucho tiempo hasta que le quedó torcida. Se unió su extremidad a un aparato ortopédico y a zapatos especiales que le acompañaron durante su crecimiento. Recuerdan sus familiares que nunca la vieron llorar, la pequeña tenía una resistencia inefable y sonreía, con esa bella sonrisa de las personas que enseñan los dientes blancos como perlas de amor.
Wilma Rudolph transitó caminos heterodoxos cuando la vida le ponía sinuosas curvas. Al final, nadie creería que esa niñita postrada con una pierna inservible, sería la mujer más rápida del mundo saliendo del estadio Olímpico de Roma con el triunfo de sus mejores batallas. A los 13 años ingresó a un equipo de basquetbol, ahí fue reconocida por un entrenador que le notó algo especial, la chica que tuvo polio a los cuatro años era dueña de una zancada inverosímil que destrozó en un año los récords estatales hasta conseguir su clasificación a los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, de los que regresó con una medalla de bronce en el relevo 4×100.
Relampagueante, no pasó inadvertida en Roma 1960. Era una tarde con el sol echando rayos de fuego a 43 grados de temperatura. Wilma Rudolph hizo los 100 metros lisos en 11 segundos exactos para ganar su primera medalla de oro; acto seguido, completó los 200 metros planos en 24 segundos y por si fuera poco ganó el 4×100 metros, con lo que se convirtió en la primera atleta estadunidense en ganar tres medallas de oro en unos Juegos Olímpicos. La Gacela Negra le apodaron.