Con Tom Cruise descolgándose del techo del Estadio de Francia, un viajero dorado que viene del futuro y la cancha convertida en una gigante sala de fiestas, París se regaló una emotiva celebración para despedir unos Juegos Olímpicos en los que celebró su belleza antes de pasar el testigo a Los Ángeles, sede del evento deportivo en 2028.
Sonaba la famosa canción «Sous le ciel de Paris», en la íntima voz de la joven francesa Zaho de Sagazan, cuando apareció en el Jardín de las Tullerías el héroe francés de París 2024, el nadador Léon Marchand. Ganador de cuatro oros individuales en la justa parisina, el atleta de 22 años fue el encargado de apagar el pebetero y de iniciar el fin de estos Juegos que han sido también los suyos.
Hasta aquí había llegado la llama bajo la lluvia el 26 de julio portada por la ex atleta Marie-José Pérec y el judoca Teddy Riner, y de aquí se marchaba hacia el Estadio de Francia, donde le esperaban más de 71 mil espectadores.
Mientras, la pista se llenaba de atletas que venían a celebrar que ya pasó todo, que las interminables horas de entrenamiento, incertidumbres y caídas, al menos, les habían traído hasta aquí. Algunos lucían sus medallas, otros sencillamente sus ganas de festejar que había valido la pena.
Sonaron clásicos franceses, también «Freed from desire» o «We’re the champions» y el estadio se convirtió en una alegre discoteca antes de que las medallistas de la maratón femenina, que por primera vez cerraron unos Juegos Olímpicos, recibieron las últimas preseas de París 2024.
Se oscureció entonces el estadio mientras un personaje dorado se descolgaba por el techo entre una música apocalíptica. La llegada de este personaje venido del futuro, interpretado por el breakdancer francés Arhur Cadre, iniciaba un viaje distópico a una era en la que los Juegos Olímpicos habían desaparecido.
Empeñado en recuperarlos, como ya hiciera Pierre de Coubertin a finales del siglo XIX, este misterioso ser del futuro acabó consiguiendo su misión cuando junto a los 270 bailarines que participaron de la ceremonia consiguieron de nuevo levantar, como un gran trabajo colectivo, los aros olímpicos sobre el gigante escenario de 2 mil 400 metros cuadrados.
Tras proyectar las imágenes de los héroes de estos Juegos Olímpicos, el estadio se convirtió entonces en un glamouroso club parisino mientras la banda francesa Phoenix ofrecía un concierto junto a varios artistas locales.
«De un día a otro, París se convirtió en una fiesta», se felicitó después el presidente del comité organizador, Tony Estanguet, quien bromeó constatando que los Juegos Olímpicos convirtieron «a un pueblo de quejas irreductibles en fans apasionados».