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Hay algo sobrecogedor al pensar en la creación a partir de la nada. Ese instante previo al parto de un universo en el que todo parece estar a punto de ocurrir. Paul McCartney desempeñó ese papel de inventor de un mundo en la cultura popular del siglo XX.

Fue una delicia verlo operar antes de ese Big Bang sonoro, antes de que George Martin, su productor seminal con The Beatles, amplificada ese acorde inconfundible de guitarra en A Hard Day’s Night, que abre aquel disco y uno de los episodios más emocionantes para los jóvenes de la posguerra de la centuria pasada.

Porque si algo tienen sus canciones, ya sea con The Beatles, Wings o las que publicó con nombre propio, es que nacieron memorables. Se lo contó al célebre productor musical Rick Rubin en el documental McCartney 3,2,1: Nos dimos cuenta de que estábamos escribiendo canciones memorables.

Vaya que lo lograron. Y es que en el estadio GNP, una multitud de fanáticos se estremeció 60 años después de que compusieron varios de estos temas.

Miles de veteranos que fueron niños cuando esto sonaba en la radio, también reforzados por ejércitos de jóvenes que entonan esas frases y tonadas que nacieron memorables, que fueron creadas para ser recordadas y cantadas primero en una habitación adolescente y después en un estadio para miles de asistentes.